Y la mirada, la primera. Tu nombre y el mío.
El banco a la izquierda de la plaza, la radio, el pulóver azul, cuatro canciones sin dueño, las horas perdidas en el cielo, humores de perros, la calle en el 1987, el bar de la vuelta, los besos, el mes, los dos meses, los tres, los cuatro y el resto; el primer secreto ya sin serlo, la soledad de esperarnos, el miedo de no volver, el auto que se quedaba a mitad de camino constantemente y que nunca vimos como un presagio; las risas de mentira, las de verdad y las de siempre, el cartel de “cerrado” a la mitad del encuentro, las voces que nunca importaron, la puerta, el misterio, el abrazo a las dos de la mañana que necesitamos las primeras noches para confirmar que era cierto, el vecino que tocaba la guitarra a cualquier hora y que casi nos hizo ir a las manos, la fiesta del vino y la cigarra, ese plantazo que puso en duda todo, tus uñas en la espalda, el gato que se metió por la ventana, los nombres inventados, la esquina de caricias, el río, los tres viajes que hicimos y los 28 que planeamos, el “nunca sentí esto”, el “nunca nos dejemos”, el “nunca tal vez te quise”; las velas y ese chistoso incendio, los taxis, los desayunos, el ascensor y ese espantoso encierro; el susto, las muertes, el mirón del balcón de en frente, los silencios llenos, la mudez vacía, el barro en el que hicimos una fiesta como dos nenes jugando con cajas de cartón, la distancia y las lágrimas de la conciencia de un fin que no queríamos, el libro que leímos de un tirón en un encuentro de 11 horas, las mentiras, tus pies descalzos, mis ojos cansados, la lluvia que limpió aquel día todo miedo, las llamadas que no atendimos, las sorpresas, el chiste que nos hizo conocernos, la verdad tras el sueño, el cactus de terciopelo, la sospecha, y las casi 200 palabras que nos describieron…
Eso, y hasta digo mas, me dejó el amor que se cansó de vernos…
El banco a la izquierda de la plaza, la radio, el pulóver azul, cuatro canciones sin dueño, las horas perdidas en el cielo, humores de perros, la calle en el 1987, el bar de la vuelta, los besos, el mes, los dos meses, los tres, los cuatro y el resto; el primer secreto ya sin serlo, la soledad de esperarnos, el miedo de no volver, el auto que se quedaba a mitad de camino constantemente y que nunca vimos como un presagio; las risas de mentira, las de verdad y las de siempre, el cartel de “cerrado” a la mitad del encuentro, las voces que nunca importaron, la puerta, el misterio, el abrazo a las dos de la mañana que necesitamos las primeras noches para confirmar que era cierto, el vecino que tocaba la guitarra a cualquier hora y que casi nos hizo ir a las manos, la fiesta del vino y la cigarra, ese plantazo que puso en duda todo, tus uñas en la espalda, el gato que se metió por la ventana, los nombres inventados, la esquina de caricias, el río, los tres viajes que hicimos y los 28 que planeamos, el “nunca sentí esto”, el “nunca nos dejemos”, el “nunca tal vez te quise”; las velas y ese chistoso incendio, los taxis, los desayunos, el ascensor y ese espantoso encierro; el susto, las muertes, el mirón del balcón de en frente, los silencios llenos, la mudez vacía, el barro en el que hicimos una fiesta como dos nenes jugando con cajas de cartón, la distancia y las lágrimas de la conciencia de un fin que no queríamos, el libro que leímos de un tirón en un encuentro de 11 horas, las mentiras, tus pies descalzos, mis ojos cansados, la lluvia que limpió aquel día todo miedo, las llamadas que no atendimos, las sorpresas, el chiste que nos hizo conocernos, la verdad tras el sueño, el cactus de terciopelo, la sospecha, y las casi 200 palabras que nos describieron…
Eso, y hasta digo mas, me dejó el amor que se cansó de vernos…
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