sábado, 19 de julio de 2008

dia para los amigos

Pantano estrambótico
De todas esas marcas
Que ellos dejan.
Si nada cambia fuera
Al menos me llevo
Este charco de cicatrices.
Así no se muere limpio
Se muere sucio de haber jugado.
Es tan lindo ese cansancio.
Cuando nos enredamos
Sin preguntarnos nada.

tonto tratado de la tristeza

Ésta no es una historia de amor, no es una historia de la verdad, ni es una historia del tiempo. Éste solo es un fragmento de lo humano, es decir, la imperfección de todo. O el perfecto retazo de uno mismo:


El triste ve un jardín de rosas y sufre.
No se las imagina morir, no las ve negras, ni las condena irremediablemente por su encanto. En cierta forma le asquean, no ya como sobras de una envidia, como retazos de odio. Le asquean como lo ajeno que se presenta sin molestias, como aquello que vive sin importarle.
Y cómo asquea aquello que no nos conmueve!.
El triste ve un jardin de rosas y sufre, no por el jardín de rosas, sino por él, que ya es incapaz de percibir algún tipo de esplendores, y encuentra cobijo sólo en aquellas cosas que lo contienen, que lo identifican, en su inerte encuentro. Su pesar no se alivia con un páramo de sueños, sino con un sinfín de repeticiones.
Si algún día han estado tristes sabrán de lo que hablo: siendo tristeza la enfermedad y su remedio, la dosis que autoenferma, necesaria para la plenitud de ese sentimiento perdido y encontrado. Esa visión menesterosa que encuentra encanto en su misma aberración. Los tristes me entienden, no es tarea fácil dejar la tristeza.
Los aires de la risa vagan como flujos que destrozan soledades. Pues no hay soledad con uno mismo, si uno mismo escapa al encierro de de los ecos que repiten el vacío.
Para el triste no hay risa, al menos aquella que logre descolocar ese sinsentido, amo creador de las potencias de la nada.
Para el triste solo queda el silencio. Y quiere estar solo. Solo de veras. Ya está cansado de escuchar las penas de si mismo.
Se asquea del otro. Se asquea de sí. Y se deja estar ya sin pensar ni hacer. Como en un reposo manso que llama al movimiento y no lo acepta.
El triste ya no espera nada ni se espera. Se convierte en una pausa amorfa que no tiene fe en un comienzo, y no da fin por desgana. Soporífero congestionamiento.

Con el tiempo las cosas cambian, y este sentir puede superarse, aunque sea inevitable que el futuro lo devuelva alguna que otra vez a su sitio. Pero a no confundirse!:
No es el triste quien se aburre de la tristeza, es la tristeza quien se aburre del triste. Y así, sin aviso, se va en busca de mejor consuelo.

Él ve un jardín de rosas, y ahora sí puede arrancarlas.

jueves, 17 de julio de 2008

Mas rápido
Lentamente mas aprisa
Nadie puede protegerte del tiempo
El tiempo no puede protegerte de nadie
No hay paraguas hacia éstas piedras
Ni cajones para tus manos.
¿Qué no entiendes?
No hay reliquias
La disputa está marcada y anda sola
¿Qué no oyes?
La victoria es solo un nombre y nunca alcanza.
Frágil
No serás nunca
Eso mata
Rápido
¿No hay espuma que te hiera?
Una señal no basta
Muy rápido…
Te vuelves lento

cualquier historia de dos sin nombre

El reloj, las tres, demasiada luz para una resaca. Tanteo el otro lado de la cama, no está, de seguro partió a la cocina para leer sus tontas revistas sentada sobre la mesada.
No quiero levantarme, escuchará mis pasos y vendrá a la caza, me dirá que esta aburrida, y querrá ponerse hablar de su esposo o hacerlo otra vez. Estoy demasiado cansado para cualquiera de las dos cosas.
Hace dos años ya, la misma rutina los martes y viernes. Empiezo a despreciarla, no a ella, sino a lo que intenta ser; por algún motivo cree que puede salvarme, que todos sus consejos me son útiles. Era mejor antes de inventarnos esa explícita preocupación mutua.
Incluso era favorable cuando la escuchaba hablar de libros, eso ya era bastante aburrido, pero oír las sentencias que arma sobre mi vida es excesivamente tedioso. ¿Qué pude decirme que no sepa?. Piensa que no pienso, que al alcohol me ha consumido, pero a veces bebo más para no prestarle atención.
Sin embargo me gusta escucharla cantar al fondo del pasillo, no canta bien pero a mí me gusta; esa voz aguda pero rasposa, como de nena que gritó mucho ya. No sabe que estoy despierto y por eso se anima a alzar la voz, y a completar la letra que se le escapa con palabras incoherentes. Me hace reír.
No va a durar, lo nuestro, no va a durar. Tal vez dos, tres años más. Después ella también va a hartarse, y va a querer recomponer las cosas con el marido, o buscar otro cacharro nuevo que le preste atención.
Ahí viene, se dio cuenta de que no duermo. Sí, está aburrida, ayer su esposo llegó tarde y tuvo que cenar sola una vez mas; me empieza a lamer los pies, la esquivo, me pregunta qué me pasa, que porqué no hablo, que ya no soy el mismo, que estoy perdido, que le cuente, que le interesa, que me puede dar una mano. La beso, pero sin ganas; se viste, se va, que nos vemos el jueves.
Empiezo a esperarla.
No va a durar mucho, lo nuestro, no va a durar mucho.
Pero como me gusta escucharla cantar.