jueves, 17 de julio de 2008

cualquier historia de dos sin nombre

El reloj, las tres, demasiada luz para una resaca. Tanteo el otro lado de la cama, no está, de seguro partió a la cocina para leer sus tontas revistas sentada sobre la mesada.
No quiero levantarme, escuchará mis pasos y vendrá a la caza, me dirá que esta aburrida, y querrá ponerse hablar de su esposo o hacerlo otra vez. Estoy demasiado cansado para cualquiera de las dos cosas.
Hace dos años ya, la misma rutina los martes y viernes. Empiezo a despreciarla, no a ella, sino a lo que intenta ser; por algún motivo cree que puede salvarme, que todos sus consejos me son útiles. Era mejor antes de inventarnos esa explícita preocupación mutua.
Incluso era favorable cuando la escuchaba hablar de libros, eso ya era bastante aburrido, pero oír las sentencias que arma sobre mi vida es excesivamente tedioso. ¿Qué pude decirme que no sepa?. Piensa que no pienso, que al alcohol me ha consumido, pero a veces bebo más para no prestarle atención.
Sin embargo me gusta escucharla cantar al fondo del pasillo, no canta bien pero a mí me gusta; esa voz aguda pero rasposa, como de nena que gritó mucho ya. No sabe que estoy despierto y por eso se anima a alzar la voz, y a completar la letra que se le escapa con palabras incoherentes. Me hace reír.
No va a durar, lo nuestro, no va a durar. Tal vez dos, tres años más. Después ella también va a hartarse, y va a querer recomponer las cosas con el marido, o buscar otro cacharro nuevo que le preste atención.
Ahí viene, se dio cuenta de que no duermo. Sí, está aburrida, ayer su esposo llegó tarde y tuvo que cenar sola una vez mas; me empieza a lamer los pies, la esquivo, me pregunta qué me pasa, que porqué no hablo, que ya no soy el mismo, que estoy perdido, que le cuente, que le interesa, que me puede dar una mano. La beso, pero sin ganas; se viste, se va, que nos vemos el jueves.
Empiezo a esperarla.
No va a durar mucho, lo nuestro, no va a durar mucho.
Pero como me gusta escucharla cantar.

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