El estaba borracho
Para escapar de la locura
O talvez se hacía el loco
Como excusa para el alcohol
Nunca lo sabré, ni importa.
A veces lo que cuenta son los resultados
Y jamás creo haberlo visto sobrio o moderado
Trataba mal a la gente
Aunque no quisiera
La verborragia de sus facciones
Siempre echaban al otro
Y le acusaban de no ver
Todas esas cosas que deben no verse
Sin embargo
Tuvo más sexo que cualquiera
Que yo haya conocido
Sus estudiantes llevaban la penetración
Como una medalla
Querían aprender, decían
Recibir los insultos de esa boca.
Absorber el aliento etílico parecía una gran lección
Él se daba cuenta
Y la mayoría de las veces callaba y los echaba después de acabar
Así que supongo
Que aquellos estudiantes solo querían coger
Por la fama
Transar con la locura tiene su prestigio
A veces pienso que era un genio
Demasiado libre, demasiado solo
Con todas las ideas, las imágenes, las voces
Que acosan a unos pocos.
Pero yendo a los hechos
Se pasaba gran parte del día
Atendiendo visitas en la cama
Sin decir, sin pensar, sin oír.
Así que quizás solo era
Un tipo desprolijo y pelado en sus sesenta
Que buscaba coger
Pagando el precio
Con alcohol y locura
Para poder comer entre el éxtasis
De los ojos de sus presas
Aquel brillo de los niños
Que lo miraban como a un dios.
viernes, 25 de abril de 2008
martes, 15 de abril de 2008
memoria de un olvido
Lo último que recuerdo
Es habernos dicho
“Juguemos a las escondidas”.
Desde ese día,
No te vi más…
Me preocupa, a veces,
Que estés todavía
Encerrado en un armario
O en la punta de algún árbol pasando frío
Por eso, cuando ando,
Con el rabo del ojo espío
Las alcantarillas, las ventanas
Y alguna que otra luna
Me fijo cada tanto
En la sombra de la gente
En bocinas de autos
Y bajo las cacerolas
No quisiera evitarte
Y después descubrirte
Hecho huesos en la enredadera
O cenizas en un café bebido
No quisiera evitarte
Y que seas tu quien me encuentre
Y llorarte de espanto
Cuando ya sea tarde
Por eso, de vez en vez
Te sigo buscando
En las alas de una mosca
En los cuadros de peluquerías
Por las noches,
Te olvido y me relajo
También puedo recordar:
Te aburrías de los juegos
Tan fácil como yo.
Es habernos dicho
“Juguemos a las escondidas”.
Desde ese día,
No te vi más…
Me preocupa, a veces,
Que estés todavía
Encerrado en un armario
O en la punta de algún árbol pasando frío
Por eso, cuando ando,
Con el rabo del ojo espío
Las alcantarillas, las ventanas
Y alguna que otra luna
Me fijo cada tanto
En la sombra de la gente
En bocinas de autos
Y bajo las cacerolas
No quisiera evitarte
Y después descubrirte
Hecho huesos en la enredadera
O cenizas en un café bebido
No quisiera evitarte
Y que seas tu quien me encuentre
Y llorarte de espanto
Cuando ya sea tarde
Por eso, de vez en vez
Te sigo buscando
En las alas de una mosca
En los cuadros de peluquerías
Por las noches,
Te olvido y me relajo
También puedo recordar:
Te aburrías de los juegos
Tan fácil como yo.
jueves, 10 de abril de 2008
Sin contestar
Era de noche, una de esas que se prestan para caminar tranquilo, con vientito en la espalda pero suficientemente cálida como para andar en manga corta. Cruzaba por Corrientes y Saavedra y no pudo evitar notar los grillos. ¿Qué le pasaba a la ciudad? Hacía unas semanas esos bichos se habían adueñado de las calles, no era seguro encontrar gente dando vuelta, pero sin dudarlo habría grillos.
Por lo menos no cantan, pensó. Extraños, por demás negros, con alas en la espalda… en realidad no le molestaban, excepto porque tenía que prestar más atención al camino para no pisarlos. No voy a convertirme en asesino por un estúpido insecto.
Hacía un par de días había muerto aquel referente de la patria, casi puerco, casi honesto y entrañablemente carismático. En lo personal no le había conmovido, pero no estaba de más idear una mueca de tristeza cada vez que se mencionaba el tema, a la gente parecía gustarle esa actitud, como si trataran con alguien mas humano, atorado por el flujo de la pérdida y vulnerable al desconcierto. Si, no era noticia, la gente prefiere a las mentes vulnerables, una mueca y un paso a la comunión, no costaba mucho.
Cruzaba Lisandro de la Torre y pensaba en ella, ¿Qué hará, en este momento, en otro lugar, en esta ciudad, con otra gente?. En realidad ya no importaba demasiado, no le aturdía su recuerdo, no esperaba como antes que tuviera antojo de manzanas al mismo tiempo que él para encontrársela en la verdulería, pero por algún motivo su mente estaba decidida a invocarla en cada relámpago de aburrimiento, como para decirle, está ahí, todavía no se fue. Ah, cabeza mía, tu juego preferido siempre fue atormentarme, no te odio, con algo tenés que divertirte, pero todo tiene su precio, cuando llegue a casa voy a leer Artaud, Hegel y Nietzsche, quiero ver como vas a quedar…
Pasando salta paró en un quiosco a comprar cigarrillos, para su sorpresa en la radio pasaban un tema que formaba parte de su dosis anímica cotidiana, uno de esos que nunca pasan en la radio. Le temblaron las yemas de los dedos, y voluntariamente fingió no encontrar el billete de cinco, sabiendo bien que lo guardaba en el bolsillo izquierdo del pantalón, quería quedarse a escuchar el coro. La cara del vendedor lo intimidó, era notorio que pretendía cerrar el negocio, pagó y se fue sin preguntar que estación tenía en sintonía. La vida no es tan mala, por estos momentos, como cuando rara vez en tu cumpleaños te regalan algo que en verdad te gusta sin pedirlo, esas sorpresas que te hacen sentir menos solo, que te hacen pensar que alguien te conoce, que después de todo hay algo en vos que se revela… se sentía iluminado.
Crak, oyó. Miró hacia abajo y si, terriblemente había pisado un grillo. Todavía movía una de sus antenas. Arrodillado para contemplarlo mejor, juró verle una expresión melancólica, a pesar de la poca luz vislumbró como la existencia se desprendía de ese ser tan diminuto, tan aparentemente insignificante. Me mira sin rencor, pero dolido, le quité todo su porvenir, todos los saltos y las calles; pobre de mí, pobre de él, nunca mas va a sorprenderse con una canción en la radio, o con alguien que camine y le regale un hola, un te veo, estás. Chau grillo, perdón, tu vida podría haber sido hermosa.
En medio de su monólogo interno levantó la vista y lo reconoció, el insoportable. Se acercaba con esa sonrisa deforme, que mostraba más dientes de un lado que del otro, con esa mueca que le deformaba los ojos. Compartieron unos años en la primaria, y por eso creía tener el derecho de llamarlo de vez en cuando y de parar a conversar cada vez que se encontraban. Adolfo, se tenía que llamar Adolfo… por supuesto sin considerar que nuestro protagonista pudiera estar apurado, o simplemente feliz, abruptamente impuso diálogo: había conseguido un mejor trabajo, logró que su novia dejara de ver a aquel amigo que no le convenía, empezó un curso de fotografía en el que era el mejor de la clase, su padre le regaló un departamento… después de cinco minutos de esto y de varios ajá desganados, se fue, no si antes invitarlo a una cena de ex alumnos que realizaban cada seis meses. Nunca fui a ninguna, de las diez invitaciones rechacé las diez, ¿es que no se da cuenta? Que vida de mierda, por estos momentos, como cuando en una noche de borrachera se te da por decirle a un amigo que en el fondo sos una persona mezquina y egocéntrica, y el otro, con sus cuatro tragos encima te sopla un: es verdad; esas sorpresas que te hacen sentir tan solo, tan descubierto en basura; y aquel abrazo perdido…
Crak oyó. Miró hacia abajo y si, otro grillo agonizando. Nuevamente se arrodilló y juró que esta vez el insecto le arrojaba una mirada de ironía, le decía gracias. Ya no tendría que aguantar las vicisitudes de la vida, no mas antagonismos, ni decepciones, ni acaecimientos, ni contradicciones, ni insoportables.
No le dijo chau, siguió caminando, pero a los pocos pasos giró y volvió a su víctima.
Por lo menos no cantan, pensó. Extraños, por demás negros, con alas en la espalda… en realidad no le molestaban, excepto porque tenía que prestar más atención al camino para no pisarlos. No voy a convertirme en asesino por un estúpido insecto.
Hacía un par de días había muerto aquel referente de la patria, casi puerco, casi honesto y entrañablemente carismático. En lo personal no le había conmovido, pero no estaba de más idear una mueca de tristeza cada vez que se mencionaba el tema, a la gente parecía gustarle esa actitud, como si trataran con alguien mas humano, atorado por el flujo de la pérdida y vulnerable al desconcierto. Si, no era noticia, la gente prefiere a las mentes vulnerables, una mueca y un paso a la comunión, no costaba mucho.
Cruzaba Lisandro de la Torre y pensaba en ella, ¿Qué hará, en este momento, en otro lugar, en esta ciudad, con otra gente?. En realidad ya no importaba demasiado, no le aturdía su recuerdo, no esperaba como antes que tuviera antojo de manzanas al mismo tiempo que él para encontrársela en la verdulería, pero por algún motivo su mente estaba decidida a invocarla en cada relámpago de aburrimiento, como para decirle, está ahí, todavía no se fue. Ah, cabeza mía, tu juego preferido siempre fue atormentarme, no te odio, con algo tenés que divertirte, pero todo tiene su precio, cuando llegue a casa voy a leer Artaud, Hegel y Nietzsche, quiero ver como vas a quedar…
Pasando salta paró en un quiosco a comprar cigarrillos, para su sorpresa en la radio pasaban un tema que formaba parte de su dosis anímica cotidiana, uno de esos que nunca pasan en la radio. Le temblaron las yemas de los dedos, y voluntariamente fingió no encontrar el billete de cinco, sabiendo bien que lo guardaba en el bolsillo izquierdo del pantalón, quería quedarse a escuchar el coro. La cara del vendedor lo intimidó, era notorio que pretendía cerrar el negocio, pagó y se fue sin preguntar que estación tenía en sintonía. La vida no es tan mala, por estos momentos, como cuando rara vez en tu cumpleaños te regalan algo que en verdad te gusta sin pedirlo, esas sorpresas que te hacen sentir menos solo, que te hacen pensar que alguien te conoce, que después de todo hay algo en vos que se revela… se sentía iluminado.
Crak, oyó. Miró hacia abajo y si, terriblemente había pisado un grillo. Todavía movía una de sus antenas. Arrodillado para contemplarlo mejor, juró verle una expresión melancólica, a pesar de la poca luz vislumbró como la existencia se desprendía de ese ser tan diminuto, tan aparentemente insignificante. Me mira sin rencor, pero dolido, le quité todo su porvenir, todos los saltos y las calles; pobre de mí, pobre de él, nunca mas va a sorprenderse con una canción en la radio, o con alguien que camine y le regale un hola, un te veo, estás. Chau grillo, perdón, tu vida podría haber sido hermosa.
En medio de su monólogo interno levantó la vista y lo reconoció, el insoportable. Se acercaba con esa sonrisa deforme, que mostraba más dientes de un lado que del otro, con esa mueca que le deformaba los ojos. Compartieron unos años en la primaria, y por eso creía tener el derecho de llamarlo de vez en cuando y de parar a conversar cada vez que se encontraban. Adolfo, se tenía que llamar Adolfo… por supuesto sin considerar que nuestro protagonista pudiera estar apurado, o simplemente feliz, abruptamente impuso diálogo: había conseguido un mejor trabajo, logró que su novia dejara de ver a aquel amigo que no le convenía, empezó un curso de fotografía en el que era el mejor de la clase, su padre le regaló un departamento… después de cinco minutos de esto y de varios ajá desganados, se fue, no si antes invitarlo a una cena de ex alumnos que realizaban cada seis meses. Nunca fui a ninguna, de las diez invitaciones rechacé las diez, ¿es que no se da cuenta? Que vida de mierda, por estos momentos, como cuando en una noche de borrachera se te da por decirle a un amigo que en el fondo sos una persona mezquina y egocéntrica, y el otro, con sus cuatro tragos encima te sopla un: es verdad; esas sorpresas que te hacen sentir tan solo, tan descubierto en basura; y aquel abrazo perdido…
Crak oyó. Miró hacia abajo y si, otro grillo agonizando. Nuevamente se arrodilló y juró que esta vez el insecto le arrojaba una mirada de ironía, le decía gracias. Ya no tendría que aguantar las vicisitudes de la vida, no mas antagonismos, ni decepciones, ni acaecimientos, ni contradicciones, ni insoportables.
No le dijo chau, siguió caminando, pero a los pocos pasos giró y volvió a su víctima.
¿Qué me decís grillo? No quiero que mi humor sea quien responda, mi mente esta vez no va a jugar conmigo ¿Vos, qué me decís?.
Las antenas estaban quietas.
Las antenas estaban quietas.
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