Mirlo.
Mirlo como la canción, aunque no fuera por la canción.
Mirlo por ignorancia, por coincidencia.
Mirlo sentada en el banco de una avenida; avenida que no visita con frecuencia.
Mirlo esperando, y mientras pasa la espera Mirlo pensando. Pero la espera no pasa, y el pensamiento sigue, y Mirlo pensando y esperando ahora que la espera termine para no pensar que sigue pensando en cómo podrían las palabras comerla en un simple descuido de pensarse la espera. Comerla las palabras sin condimentos ni acentos ni puntos ni comas de un mensaje que espera ser pensado para comerse la espera de aquel que piensa esperar pensar.
Mirlo pensando ya sin nariz, y sin dedos ni páncreas ni cartera ni dientes ni pestañas ni glóbulos ni peroné. Mirlo esperando sin pelos ni orejas ni labios ni uñas ni esófago ni apéndice.
De pronto es tarde.
Llega por fin el amigo perdido que obligó a Mirlo a perderse en su demora y mira aquel banco en donde nadie ve, nadie se sienta; pero siente, siente que al cerrar los ojos podrá observar la pérdida, y entonces los cierra, y las palabras susurran una ignota canción que se dilapa entre el ruido de una avenida que ignora el poder de las coincidencias:
“Mirlo vuela, Mirlo vuela, Mirlo vuela…”
Mirlo como la canción, aunque no fuera por la canción.
Mirlo por ignorancia, por coincidencia.
Mirlo sentada en el banco de una avenida; avenida que no visita con frecuencia.
Mirlo esperando, y mientras pasa la espera Mirlo pensando. Pero la espera no pasa, y el pensamiento sigue, y Mirlo pensando y esperando ahora que la espera termine para no pensar que sigue pensando en cómo podrían las palabras comerla en un simple descuido de pensarse la espera. Comerla las palabras sin condimentos ni acentos ni puntos ni comas de un mensaje que espera ser pensado para comerse la espera de aquel que piensa esperar pensar.
Mirlo pensando ya sin nariz, y sin dedos ni páncreas ni cartera ni dientes ni pestañas ni glóbulos ni peroné. Mirlo esperando sin pelos ni orejas ni labios ni uñas ni esófago ni apéndice.
De pronto es tarde.
Llega por fin el amigo perdido que obligó a Mirlo a perderse en su demora y mira aquel banco en donde nadie ve, nadie se sienta; pero siente, siente que al cerrar los ojos podrá observar la pérdida, y entonces los cierra, y las palabras susurran una ignota canción que se dilapa entre el ruido de una avenida que ignora el poder de las coincidencias:
“Mirlo vuela, Mirlo vuela, Mirlo vuela…”